En este siglo XXI todo es una oportunidad para aprender y crecer espiritualmente, al menos eso parece. Las emociones, las noticias negativas y lo toxico se combate, habría que eliminar al foco que no permite avanzar hacia una vida de productividad y pro actividad.

¿Todo tiene que tender a un fin productivo en sí mismo?

La sociedad de los resultados tangibles, keep smiling, no tiene lugar para búsquedas sutiles sin respuesta, no tiene espacio para cuestionar/se como un ejercicio vital.

Las preguntas que surgen de los buscadores de Google, de las identidades digitales, configuran un paredón. Las corporaciones como Starbucks no leen los desahogos, no responden a la inquietud, a la emocionalidad intoxicada.

¿Cuál es el límite de las emociones, se puede sentir demasiado?

Los milagros diarios, subirse al bondi, un perfil en una App de citas, visibilizar micro realidades, lo que se da como normal en la sociedad, no se cuestiona.

Frente a esto parece que existe cierta apatía que afecta globalmente y eso hace que la soledad por ejemplo, que puede ser fascinante, útil y necesaria se convierta en una pandemia invisible.